Las disfunciones sexuales femeninas se producen cuando algún/os cambio/s en la respuesta sexual de la mujer le provoca un malestar.
Según la OMS, las disfunciones sexuales constituyen uno de los problemas más importantes que afectan a la salud sexual. La sexualidad es un aspecto central de la calidad de vida e influye en su nivel de bienestar físico, psicológico y social.
Aproximadamente un 46% de mujeres entre 40 y 80 años presentan alguna disfunción sexual y su prevalencia aumenta con la edad.
Las disfunciones sexuales pueden afectar a cualquiera de las áreas de la respuesta sexual: deseo, excitación, orgasmo. Además, puede presentarse dolor en las relaciones. Cualquiera de estas dificultades puede generar insatisfacción y, de forma indirecta, provocar una disminución del deseo sexual.
La disminución del deseo sexual es el motivo de consulta más frecuente. La mujer refiere no tener ganas de mantener relaciones sexuales, ni de responder a las invitaciones de su pareja, ni presenta fantasías o pensamientos eróticos.
Muchas veces se comprueba que la disminución del deseo es secundaria a otras disfunciones sexuales, o a la toma de algunos medicamentos, a la presencia de enfermedades, como diabetes, alteraciones tiroideas, o a problemas como baja autoestima, cansancio, cambios de humor, dificultades en la relación de pareja, etc.
Una de las asociaciones más frecuentes es la que produce bajo deseo y alteraciones en la excitación (trastorno del interés/excitación sexual femenina).
Trastorno de excitación sexual interna
El trastorno de la excitación provoca que las sensaciones sexuales no sean agradables, o sean menos percibidas, o resulten insatisfactorias.
Consisten en ausencia, retraso marcado, o disminución de la intensidad o de la percepción del orgasmo, a pesar de conservar el deseo y la excitación. Es frecuente que se asocie a disminución de la excitación, y que genere falta de deseo por la insatisfacción que conlleva.
El dolor en las relaciones sexuales puede producirse en las zonas más externas de la vulva, en la entrada de la vagina, si hay penetración (con pene, juguetes, dedos), en la profundidad de la pelvis, o tras un orgasmo. Frecuentemente se debe a causas físicas: pero también existen causas psicológicas, además de la posibilidad de que el miedo al dolor, tras haber tenido una o varias experiencias dolorosas, condicione una contracción involuntaria de la vagina, o dificulte la relajación necesaria para percibir las sensaciones placenteras.
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